TAN RICO COMO CRESO
Entre la historia y la leyenda, en ese contexto prodigioso, encontramos al rey Creso de Lidia. Su fama sempiterna, nos llega hasta los días que corren. El Diccionario de la Real Academia Española (DLE), nos dice que, con el calificativo CRESO, podemos referirnos al “Hombre que posee grandes riquezas”. Y nos recuerda que esa palabra, hace alusión al antiguo personaje, célebre por su fortuna.
El Reino de Lidia, se encontraba en territorios de lo que hoy es Turquía. Creso fue su último soberano, hasta el año 546 antes de Cristo, cuando fue destronado por Ciro II de Persia. Para los antiguos, Lidia era tierra bendecida por los dioses, abundante en oro, extraído del río Pactolo. Según el mito, en el Pactolo, se bañó el rey Midas, aquel que convertía todo lo que tocaba en oro. Gracias a ese chapuzón, Midas se vio libre del dudoso don, que le había concedido el dios Dioniso. Y, desde entonces, las arenas del torrente, se llenaron del codiciado mineral.
LA PRIMERA MONEDA. MÁS ALLÁ DE LA LEYENDA
Es un hecho que, en Lidia, ya circulaban monedas, tan temprano como en el siglo VII antes de Cristo. Pero, es mérito de Creso, haber reservado el derecho a emitir moneda, a la casa real. Potestad que ningún otro monarca había reclamado hasta entonces. Por lo tanto, se le reconoce al soberano lidio, haber acuñado, y puesto en circulación, una moneda oficial por primera vez en la historia.
El hecho de estampar, sobre las piezas de metal, los símbolos dinásticos, hacían a estas monedas, acreedoras de mayor credibilidad. Por una cara, aparecía la cabeza de un león, emblema del orgulloso linaje, al que pertenecía Creso. Al reverso, el sello real, dos cuadrados repujados, uno ligeramente mayor que el otro. Un determinado contenido metálico, estandarizado, por cada unidad monetaria acuñada, era garantizado por el rey. Gran avance para la época, pues no se tenía que pesar el dinero en cada transacción. A diferencia de otras monedas, de antemano se conocía su contenido de valor, agilizándose las transacciones.
La moneda lidia, se llamaba “estatero”, que en griego, significa literalmente PESO. Los estateros lidios, estaban hechos con una aleación natural de oro y plata, extraído del río Pactolo, llamada electro.
El valor del dinero, en el pasado remoto, no era simbólico como en nuestros días. Al contrario, venía determinado intrínsecamente, y la moneda “valía su peso en oro”, o en plata, o bronce. La necesidad de poseer metales preciosos, para acuñar numerario, hacía de los territorios abundantes de ellos, naciones prosperas y poderosas. Aunque también, presa codiciada por otros reyes, con ambiciones imperiales. De no poseer yacimientos generosos, la materia prima para acuñar circulante, debía venir del comercio o del botín de guerra.
Demás está decir que, la acuñación de una moneda regularizada por la monarquía, facilitó mucho el comercio, y contribuyó a la pujanza del territorio y la fama del rey Creso de Lidia.
LA CAÍDA DE CRESO
Ciro II de Persia, pretendía extender sus dominios, y Lidia estaba en su camino. Ante el avance del persa, Creso envió emisarios al Oráculo de Delfos, a consultar el futuro y recibir consejo. La pitonisa, declaró al rey: “Si cruzas el río Halys, destruirás un gran imperio”. Vaticinio que le pareció favorable, pensando que el “gran imperio” sería el de los persas. Muy a lo griego, el desenlace fue trágico, pues Creso fue derrotado, hecho prisionero y condenado a muerte. El gran imperio de la profecía, era el del propio rey derrotado. Me imagino a la vidente, encogiéndose de hombros, y felicitándose por haber acertado en su predicción.
EL MÁS RICO, PERO NO EL MÁS FELIZ
Creso protagoniza una leyenda, más bien una parábola, utilizada en la antigüedad para inspirar en los oyentes virtudes muy apreciadas. La mesura, la humildad y la prudencia, no eran conductas practicadas por el rey más rico de la historia.
Según cuentan, Solón, uno de los Siete Sabios de Grecia, luego de redactar la constitución ateniense, se tomó unas vacaciones, para recorrer el mundo conocido. En ese viaje visitó a Creso, en Sardes. La capital del reino de Lidia era, para la fecha, una ciudad famosa por su opulencia. Fue recibido Solón con honores, el monarca admiraba al ilustre visitante, y quería escuchar sus ideas de viva voz.
En su entrevista, al rey se le ocurrió preguntar a Solón, a quién consideraba el más feliz de los hombres. Creyendo saber la respuesta, se intrigó cuando el sabio le nombró al más feliz de los mortales. No era rey, ni rico, ni famoso; era un simple ciudadano ya fallecido, el hombre más feliz. Entre desconcertado y curioso, preguntó Creso, quién después de este anónimo personaje, era el más bienaventurado. Esperaba, ahora sí, oírse nombrar, pero no. Solón le comentó sobre otro vecino suyo, muy virtuoso, y también, ya muerto.
Como le pareció una burla, algo molesto, cuestionó al sabio cómo era posible considerar tan felices, a estos sencillos personajes. Por qué no a él, al gran Creso de Lidia, rey y señor de riquezas sin igual.
Solón, se limitó a decir: Únicamente se podría hablar sobre la dicha de Creso después de su muerte, porque nadie sabe lo que le depara el día de mañana.
No lo entendió, en ese momento, el rey Creso. Pero sí que recordó a Solón, cuando era ya prisionero de los persas, y había perdido su reino y sus tesoros. A punto de ver arder la pira, en la que sería quemado, repetía quejumbroso: ¡Solón, Solón, Solón!
La fortuna es cambiante, por lo tanto, aunque seas TAN RICO COMO CRESO, mantente humilde hasta la muerte. No sabemos lo que nos traerá el futuro.
NOTA: Agradecemos la colaboración de éste artículo al Econ. H. J. Jiménez, @13CarpeDiem13 .
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